lunes, 2 de marzo de 2015

La convalecencia

Estaba a punto de hacer su entrada la Primavera y, al abrir la puerta de casa, un pajarillo entonó una hermosa melodía que recreó mi espíritu, alicaído después de un duro y largo período invernal, en el que hubo de todo: inundaciones, frío cortante como navaja de barbero, vientos huracanados, y nieve a trescientos metros con lo que los paisajes nívidos estuvieron a nuestro alrededor, al alcance de la mano. Me marchaba para tierras en las que iba a convalecer de una reciente operación que casi me arrebata la vida, pero los designios del Señor eran otros. No me hallaba en condiciones de viajar sola, mas mi hijo menor, me pudo acompañar, convirtiéndose la convalecencia en un verdadero placer inolvidable. Dábamos paseos matutinos y vespertinos y cuando nos cansábamos él devoraba libros y yo me iba a la piscina de la urbanización y, bajo un sombrero de paja,tomaba el sol vivificador y estimulante. A los dos días de estar allí, el clima bonancible del lugar, como hecho de encargo, llegó otro convaleciente que sobrevivió a un gravísimo accidente impidiéndole durante años poner en el suelo las plantas de los pies. Todos los días mi hijo y yo íbamos a verlo y a conversar con él, y lo agradecía con toda su alma pues éramos los únicos visitantes. Ayuda a los demás y te ayudarás a tí mismo, y así fue. A los dos meses, me encontraba ya totalmente recuperada, y mi, hijo fortalecido por el cambio de aires.¡1 Aleluya !. otiliaseijas@gmail.com

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