No era una playa de fina arena sino de toscos guijarros que se clavaban en tus pies de forma
insoportable. Llevaras el calzado que llevaras notabas esa molesta sensación que incluso te
dificultaba el caminar, sin embargo siempre estaba llena porque no había otra, o estaba tan lejos que
su visión se difuminaba en el infinito.
Se hacinaba la gente donde podía mojar los tobillos porque allí el poso del agua no se mezclaba con
áspera piedra, solo a sedimento marino
Algunas personas plantaban sus sillitas de playa en la orilla del mar, se sentaban y conversaban mien-
tras refrescaban los pies.
Dos señoras mayores hablaban confidencialmente y a la vez miraban una bellísima puesta de sol. No
llevaban mucho tiempo allí y tenían una expresión de dicha indecible.
De repente una longeva antipática y solitaria, las golpea en los hombros y en tono sarcástico les grita:
¡ Todos al refrigerio¡ ¡Basta de cháchara, bobas!
Las mujeres conversadoras se miraron extrañadas Una permaneció callada pero la otra protestó por aquella intromisión de mal gusto.
- Cállate, aguafiestas. Iremos al refrigerio cuando nos plazca, no cuando lo diga una arrabalera
Suavemente la señora callada avisó al vigilante de aquella playa artificial para que interviniese antes de que fuese demasiado tarde. Afortunadamente llegó a tiempo, el vigía, pero la mujer callada nunca volvió a vivir aquellas horas de paz mientras el sol iba desapareciendo en el horizonte.
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